Al llegar, confesó su desconcierto: “Nos trajeron a la cancha. En la vida. ¿Qué hacemos nosotros? ¿Vamos a hablar?”, le preguntó a la esposa de su amigo, antes de admitir sin filtro: “Qué paj…”.
“Sale River. ¡Wow! Ya me sorprendía todo. Cantan todo el tiempo, yo no sé una pu… canción. Cuando escuché que decían ‘River’, yo decía ‘River’, me di cuenta de que yo movía los dos brazos y no me di cuenta de que solo se mueve un brazo, como que no son los dos, es solo uno”.
“Soy tan pel... que fui vestido de azul y tenía justo como un suetercito que era medio caqui, medio amarillito. Fui muy mal visto”, reconoció, consciente del código de colores que rige entre hinchadas rivales.
Uno de los momentos más insólitos fue cuando intentó sumarse al ritual gastronómico de la cancha. “Venden pochoclos. Yo quería un chori, pero bueno, me trajeron pochoclos y una gaseosa light”, relató. No ocultó su desilusión, aunque rápidamente encontró otros motivos para sorprenderse.
“El sistema de riego del césped es descomunal. O sea, de repente se juega un rato, cortan ahí. Pasaron cinco personas, sponsoreadas por un banco a patear, de los cinco, cuatro erraron y uno la clavó al ángulo, bien por ese uno medio gordito simpático. Y de repente se van esos chabones de la pista y salen unos chorros de agua. O sea, el proveedor del sistema de riego de la cancha de River que me contacte si quiere hacer un canje y lo meto en casa”, dijo entre risas.
La experiencia lo conmovió más de lo que esperaba. “Qué linda experiencia. Fue la primera de varias, me gustó mucho”, reconoció.