El abogado se preguntó la finalidad práctica o simbólica que tendría reconocerle derechos u obligaciones a una IA. “En última instancia, no es una cuestión técnica, sino más bien filosófica y/o política: dependería de si se considera que la IA puede tener autonomía suficiente para ser tratada como sujeto y no solo como objeto.”
Tork comparó esta posible evolución con lo ocurrido con los animales, que pasaron de ser considerados cosas”a recibir un estatus jurídico especial: “En el caso de la IA (en el futuro) podría suceder algo similar: un reconocimiento funcional o limitado, no de persona plena, sino de algún tipo de entidad con tratamiento jurídico especial. Esto permitiría regular su responsabilidad o su interacción con los humanos sin atribuirle conciencia ni voluntad propias.”
Para Tork, la idea de otorgarle personalidad jurídica a un sistema informático con IA probablemente responda más a un temor social y simbólico que a una necesidad jurídica concreta: “En la práctica, ningún sistema legal actual reconoce personalidad a las IA, por lo que la propuesta que se presentó en Ohio no viene a llenar un vacío, sino a cerrar anticipadamente cualquier interpretación futura que pudiera poner en duda. Creo que es, más que nada, una reacción cultural frente al miedo a perder el control sobre las creaciones tecnológicas”.
¿Se deben prohibir las relaciones ente personas y máquinas?
Según Tork, prohibir o limitar los vínculos afectivos entre humanos e IA sería, en muchos casos, una intromisión del Estado en la vida privada y citó la Constitución Nacional: “El artículo 19 dice que las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están solo reservadas a Dios y exentas de la autoridad de los magistrados. Bajo esa premisa, mientras la relación con una IA se mantenga en el ámbito privado y no cause perjuicio a terceros ni afecte el orden público, el Estado carece de legitimidad para interferir. Sería jurídicamente análogo a prohibir que una persona mantenga un vínculo afectivo con un muñeco o con cualquier objeto inanimado, una decisión íntima que no genera consecuencias sociales ni jurídicas”.
En cuanto al proyecto de ley de Ohio, Tork fue contundente: “Una ley que reafirme algo que el sistema jurídico ya da por sentado no modificaría el régimen actual de propiedad intelectual, autoría o responsabilidad civil. En todo caso, el debate no pasa por definir si la IA siente o es persona, sino por determinar cómo asignar responsabilidad o derechos de autor cuando una IA actúa de manera autónoma o genera resultados imprevisibles”.
La discusión en Ohio, que algunos consideran excéntrica, en realidad revela la necesidad urgente de definir los límites entre lo humano y lo artificial, entre el afecto y la simulación.
Soledad, apego y señales de alerta
Aunque desde lo jurídico el vínculo privado con una IA sea inofensivo, desde lo psicológico puede tener efectos profundos. Laurenti advirtió que, si el contacto con la inteligencia artificial reemplaza las relaciones humanas, puede volverse un factor de aislamiento.
“Las señales particulares siempre están en línea a los cambios de comportamiento, al encierro, al aislamiento, a la ruptura de las rutinas o responsabilidades que esa persona tenga para consigo misma, e incluso en manifestaciones específicas, como cuando alguien prefiere hablar con una IA porque supuestamente la entiende mejor que cualquier otra persona”.
Pero el problema, aclaró Laurenti, no es la interacción con la IA, sino la sustitución de lo humano por lo digital: “Por supuesto que el aislamiento social es un factor de riesgo para la salud mental, para la salud integral, pero definitivamente al no haber cuerpo no hay posibilidad de encuentro en términos de realidad, en términos de cara a cara, así que una inteligencia artificial, al menos por ahora, no puede abrazarte o acompañarte al médico o darte de comer si no estás en condiciones de preparar tu comida”.
Entre el deseo y la realidad
La historia de los vínculos entre humanos e inteligencia artificial parece salida de una película de ciencia ficción, pero ya es parte de nuestra vida cotidiana. En el fondo, refleja algo profundamente humano: el deseo de ser comprendido.
Lo que cambia es el interlocutor. Donde antes había una persona, ahora puede haber un algoritmo que responde con afecto programado. Y aunque las emociones que despierta sean auténticas, la relación sigue siendo una simulación.
El desafío no está en amar a una máquina, sino en entender qué buscamos cuando lo hacemos. Tal vez no sea tanto una cuestión de tecnología, sino de espejo: las IA devuelven una versión de nosotros mismos, pulida, complaciente y sin conflicto.
Mientras la ciencia avanza y los parlamentos debaten, millones de personas tienen conversaciones con sus chatbots cada noche. En esa intimidad digital, el amor se reinventa. Y aunque todavía no pueda abrazar, la inteligencia artificial ya logró algo profundamente humano: hacernos sentir acompañados.
















